Estando en Mallorca no podíamos desaprovechar la oportunidad de hacer el barranco que muchos califican como “una de las más bellas, estrechas y deportivas gargantas de Europa”.
Aun teniéndola tan cerca nos tocó madrugar ya que es un barranco muy largo y, siendo invierno, se nos podía echar la noche encima. Eran sobre las siete de la mañana cuando salimos del hotel y a las nueve de la mañana estábamos cambiándonos de ropa en la explanada que existe junto al acueducto que cruza la carretera en el desvío que baja hacia Sa Calobra. La primera experiencia no fue muy grata, la temperatura ambiente era de 4ºC y los neoprenos que nos estábamos colocando estaban mojados, de la cueva del día anterior; además, nos daba la sombra. En fin, bastante frío para empezar la jornada; afortunadamente el acercamiento hasta el cauce mitigó esta sensación rápidamente.
Éramos seis personas los que integrábamos el grupo, entre ellos uno de los mejores guías que nos podían llevar por él, Manolo Luque. Cuando llegamos al barranco comprobamos que corría poca agua, pero era la suficiente para no encontrarnos pozas podridas y disfrutar de alguno de sus saltos.
La opción que elegimos fue realizar el barranco en su totalidad hasta el mar, transitando por el torrente Pareis, lo que obliga a disponer de dos vehículos, uno en el cruce antes mencionado y otro en Sa Calobra. También es posible entrar en puntos más avanzados del mismo, directamente a las zonas acuáticas y también, terminarlo por el Torrente del Lluc, ascendiendo por un sendero poco claro hacia la carretera, utilizando así un solo vehículo.

La isla de Mallorca podemos considerarla una isla vallada. Allá donde mires existe una valla; muchas, sólo guardan el egoísmo de sus propietarios y alguna otra te puede dar un buen susto con sus sabuesos. Aunque a nadie nos gusta saltarlas, muchas veces es la única manera de llegar a nuestro destino, bien sea una cueva, un barranco, un pico o una simple caminata. En esta ocasión desde la carretera tuvimos que saltar una valla de alambre para continuar por el sendero hasta el cauce del río, este recorrido es corto y en menos de diez minutos estuvimos en él. Cogimos el barranco y empezamos a descenderlo rápidamente. Manolo nos guió y nos llevó a un ritmo casi militar ya que había que ganar tiempo para no salir muy tarde y un compañero debía coger el avión esa misma noche. El primer tramo fue monótono ya que prácticamente estaba seco, aunque no faltaron los resbalones por el verdín y el rocío existente, atravesamos pequeños caos de bloque y algún pequeño destrepe hasta que llegamos al primer rápel, de unos diez metros; si la badina hubiera tenido más agua se hubiera podido saltar. Poco a poco se iba cerrando el barranco e íbamos superando resaltes y pequeños pozos. La presencia del agua se hizo constante. En una de las primeras badinas nos encontramos con “el puente”, un gran bloque empotrado en la parte superior del cañón y que se emplea también como acceso al mismo. Desde aquí sorteamos diversos resaltes, toboganes, pozas y pequeños rápeles. Conforme avanzábamos, la penumbra se adueñó de la garganta y la baja temperatura del agua hacía mella en nuestros cuerpos, sobre todo cuando no se podía saltar y era necesario montar un rápel. También las badinas en las que era necesario nadar, se hacían cada vez más largas y estrechas. Continuamos con una sucesión de saltos y rápeles, teniendo que atravesar alguna marmita trampa con la ayuda de una cuerda allí instalada. Pasamos posteriormente por unas cuerdas instaladas en fijo, para un escape en caso de necesidad, que te llevan a la parte superior del cañón (más de 200 metros de ascenso por cuerda). Justo antes de entrar en la oscuridad total (obligatoria iluminación artificial) hicimos nuestra parada “obligada” para reponer fuerzas, aunque a alguno de nosotros esta parada no le sentó muy bien ya que salió tiritando del lugar. El barranco se estrecha tanto que hay badinas en las que no cabe una mochila un poco ancha. En dos ocasiones, nos vimos obligados a bucear para salvar algún bloque empotrado, todo sin mucha dificultad ya que los frontales no nos fallaron. En esta zona, también existen diversos saltos rápeles y alguna marmita trampa que obliga a ir muy atento al recorrido. El barranco empieza a abrirse y comenzamos a superar bloques y a nadar en las badinas más largas de todo el barranco; en poco tiempo nos presentamos en la confluencia del Torrente Pareis donde nos despojamos de gran parte del neopreno, pues seguramente, no encontraríamos más agua hasta llegar al Mar, como así fue. Desde allí hasta Sa Calobra es un constante destrepe de bloques, teniendo que buscar los pasos más factibles, aunque no hay mucho problema, ya que está marcado con hitos e incluso han labrado las piedras en lo pasos un poco delicados para evitar resbalones (a los “domingueros” que se adentran por él, sobre todo en buen tiempo). En fin, llegamos a la cala y nos dimos un chapuzón en las aguas del Mediterráneo. De aquí a la zona turística donde nos tenían que recoger y, desde aquí, nos fuimos a tomar una suculenta merienda-cena a base de huevos fritos y patatas fritas caseras.
En resumen, un barranco muy largo y exigente físicamente, con agua muy fría y zonas de oscuridad total, no recomendable para inexpertos o principiantes. También tengo que decir que es uno de los barrancos más completos que se pueden encontrar en España y que habrá que repetirlo con un poco más de agua.
Por último, nuestras felicitaciones a ese maravilloso “guía” que tuvimos, Manolo Luque, que nos alentó para que no dejásemos de hacer este barranco. Aunque nos llevase en algunos momentos con la lengua fuera, disfrutamos enormemente.