Cuando nuestro Club estaba comenzando su andadura, tres de los cinco socios que lo formábamos visitamos esta mítica cavidad Asturiana, corría el veintisiete de noviembre de dos mil cuatro. La paliza fue de órdago, pero quedamos maravillados de ella por lo que estábamos decididos a volver y recorrerla en su totalidad. Siete años después dos de esos espeleólogos, Javier y Raúl, encabezan la expedición de doce integrantes que visitaríamos la Torca , y en la que nos dimos cuenta que los años no pasan en balde, sobre todo para la mente.
Eran la cinco de la tarde del viernes cuando partíamos desde nuestros puntos de origen para recorrer los quinientos kilómetros que nos separaban de Oceño, localidad más cercana a la sima y en donde nos alojamos en la Casa La Quintana. Desde Binefar salió Chipi, desde Monzón María Jesús, desde Barbastro Chusé, desde Zaragoza lo hacían Javier V., Manuel, Miguel Ángel, Mariano, Noelia, Héctor y Raúl a los que se les unió Javier L. en Gallur. El tráfico, las limitaciones de velocidad y una exigua parada hicieron que en seis horas y media estuviéramos en la localidad asturiana, donde nos esperaba Laura que venía desde Salamanca. Una rápida cena nos da paso a organizar los grupos, el reparto de material y el trabajo para la entrada del día siguiente, que ya venían preparados pero como hubo alguna reticencia se modificaron sobre la marcha. El primer grupo haría las labores de instalación saliendo de la Casa a las ocho de la mañana, el resto lo hizo hora y media después. En Oceño se toma la pista que hay junto a la primera casa del pueblo y que al poco pasa cerca de la Ermita , todo su recorrido esta asfaltado u hormigonado pero algunos vehículos pueden sufrir para subir sus grandes pendientes. Se continua por ella durante unos tres kilómetros hasta un pequeño collado donde a nuestra derecha hay una pista de tierra y un abrevadero de ganado, tomamos esta y subimos unos cientos de metros hasta el borde de la gran dolina donde se encuentra la boca de la sima. Javier Ledesma comienza la instalación colocando en la cabecera del pozo una cuerda de 100 m ., desciende el primer pozo de unos diez metros llegando a una rampa de tierra, aunque el no se acordó, aquí existen dos posibilidades continuar por la vertical del pozo o en la parte opuesta cruzando un montículo de tierra para dirigirse al lado contrario de la cabecera y continuar el descenso como hicimos hace siete años, en esta ocasión descendemos por el pozo más evidente continuando la vertical de entrada aunque esto supuso colocar más fraccionamientos y desviadores de lo esperado, ambas vías se unen poco más abajo. Los fraccionamientos se suceden uno tras otro en poco desarrollo hasta que llegamos a una rampa instalada con cuerda fija, el suelo de esta está lleno de grava que puede caer por un pozo que hay en su final, por lo que tenemos mucho cuidado para evitar le caigan piedras a los compañeros que ya están por debajo. Llegamos a una gran repisa en donde encontramos unas curiosas formaciones en forma de platos amontonados, a partir de aquí comienzan las tiradas más largas y aéreas del pozo, la primera un P25 cuya cabecera queda en la pared de enfrente y que a mitad de pozo tiene un estrechamiento que hace quepamos justos por el, después un pasamanos nos da acceso a un P20 totalmente aéreo y de aquí a un pequeño pasamanos hasta la cabecera de un P10 que lleva hasta una repisa donde se aprecia un gran pozo, por donde no hay que seguir ya que no continúa. La continuación es por un agujero en el suelo que comienza con un pequeño destrepe hasta la cabecera del P35, un bonito tubo por el que cabe una persona y en el que hay que tener cuidado con los roces, sobre todo nosotros que llevábamos cuerdas de 8,5. Una vez en la base del pozo encontramos una pequeña sala, de donde parte una rampa ascendente equipada con cuerdas fijas que subimos hasta su parte más alta, allí la galería desciende unos metros y a nuestra izquierda encontramos el otro P35, una cinta en un natural y un spit en el suelo sirven para asegurar la instalación de la cabecera que esta un metro por encima de estos, una pequeña acrobacia hace posible la colocación de las dos chapas, aunque esta impidió que nuestros compañeros más noveles continuaran, como es natural usando una cuerda de 25 metros está no llegaba al fondo del pozo, pero no importa ya que en este punto es una rampa que se puede destrepar sin mayor problema. Llegamos a una galería que transcurre en orientación norte-sur, tomamos hacia el norte siguiendo la indicación de una fita, la galería esta bastante concreccionada con abundantes estalactitas, al poco nos topamos con un resalte de unos cuatro metros instalado con cuerda fija, tanto para ascender como para descender al otro lado. Nos encontramos con una galería de amplias dimensiones, nada parecido al pasillo por el que veníamos, desde aquí escuchamos y vemos en algunos puntos el discurrir del pequeño río subterráneo. Continuamos por la galería que al poco hace un giro de casi noventa grados, después esta se colapsa y nos obliga a subir por una rampa a la parte más alta donde encontramos la cabecera del P20, instalamos una cuerda y lo descendemos en un sola tirada, aunque con un roce que asumimos. Llegamos a lo que parece una gran sala bellamente decorada, sobre todo en sus techos, avanzamos hasta que la sala se nos cierra por completo, una pequeña gatera en la pared hace que tanto Noelia como Raúl intenten forzarla pero sin éxito, volvemos sobre nuestros pasos y encontramos la continuidad por el desfondamiento del suelo, continuando por el mismo cauce del río. Al poco frena nuestro avance una gatera de reducidas dimensiones que da acceso al meandro por donde circula el río y por el que avanzamos reptando unos cincuenta metros y cuando el tamaño empieza a ser un poco más grande aparece sobre nuestras cabezas el acceso a la famosa “sala azul”; por sus dimensiones, más que sala parece una galería ciertamente estrecha pero increíblemente bella, la recorrimos por allí por donde no hacia falta cuerda para acceder ya que nos habíamos dejado todo el material antes de la gatera, plácidamente disfrutamos del encanto de sus formaciones al igual que fotografiamos todo lo que se nos ponía por delante. Cinco privilegiados fuimos los que logramos llegar hasta este punto, pero como era ya tarde, y no disponíamos de material, comenzamos a desandar sobre nuestros pasos quedando pendiente regresar en otra ocasión para conseguir llegar hasta la “sala blanca”, poco a poco fuimos alcanzando al resto de compañeros que también habían iniciado la salida de la cueva, estando todos en el exterior alrededor de media noche.
Fotografías de:
Raúl García
Javier Vallejo