Aquella mañana nos despertamos en Lekumberri: Emilio, Alba, Guillermo, Diana, María Jesús, Chusé, Chipi y Beti dispuestos a pasar un agradable día de espeleo por la Sierra de Aralar.
Tras un contundente almuerzo con txistorra incluida nos dirigimos a Iribas.
Dejamos los coches al final del pueblo, en un espacio que hay al principio de la pista en la que está prohibido el paso a vehículos y, desde allí, ya andando continuamos por la pista esperando encontrar el desvío a la derecha que nos acercaría a la boca de la sima rodeada por un murete.
Este murete rodea una dolina que aunque se puede destrepar con cuidado para llegar a su parte más baja, resulta muy recomendable instalar una cuerda fija desde un grueso árbol que hay en la parte más alta de la dolina, junto al muro. El tronco tiene marcas de haber instalado cabeceras. Con suelo húmedo lo considero indispensable.
Uno a uno fuimos llegando a la base de la dolina. Nos sorprende la cantidad de vegetación y lo verde que es la entrada.
Desde aquí abajo encendemos nuestros frontales y comenzamos a caminar curioseando cada rincón.
En el P4 reseñado encontramos anclajes deteriorados o poco prácticos para nuestra progresión (spits oxidados y obstruidos, pernos de parabolt alejados y sin tuerca, y nosotros también sin tuerca…), afortunadamente contamos con anclajes naturales que nos resultan más cómodos, incluso seguros, para nuestra progresión.
Esta pequeña cavidad está repleta de preciosas formaciones, se hace muy agradable recorrerla y descubrir sus rincones.
Ya casi al final debemos descender por un resalte arrampado en el que si traemos una cuerda para anclarla a una gruesa estalagmita nos facilitará la progresión.
Y por fin nos encontramos con el último pozo. Nosotros instalamos la cabecera con un parabolt y un spit (Había dos pernos con sus correspondientes tuercas y arandelas, pero nosotros sólo teníamos una placa de la métrica del parabolt). Antes de la vertical usamos otro spit, y de allí directo hacia abajo. No vimos ningún otro anclaje para fraccionar y así evitar el ligero roce que ha formado una acanaladura en la roca, ni bajando, ni yendo más atentos a la subida. Usamos un protector de cuerda en ese punto.
Al final de nuestro recorrido encontramos el lago. La sala es amplia y de techo alto. Nos entretenemos unos minutos simplemente estando junto al agua y sintiendo el retumbar de nuestras palabras es esta sala, pero debemos volver y así lo hacemos sin prisa, redescubriendo rincones de la cavidad y sin dejar de hacer fotos a las curiosas formaciones, tanto que Emilio y Alba quedaron embelesados con la belleza del interior e hicieron el remolón para salir y se quedaron sin aparecer en la foto de grupo.
Texto: Beti
Fotos: Chipi