Pasadas las fiestas del Pilar y con ganas de encarar esta última parte del año, empezamos a planificar salidas sencillas que permitan ponernos a tono a algunos que llevamos tiempo desconectados de la espeleo y para que los nuevos empiecen a coger algo de experiencia.

En esta ocasión decidimos ir a una cueva mil veces visitada por personas de nuestro club, pero ninguna por mí (y ya tenía ganas): Esjamundo. Hay que mencionar que la ocasión es inmejorable ya que, al haber sido éste (por desgracia) un año tan seco, la cueva estaba en condiciones óptimas para su visita.

Así pues, quedamos en reunirnos en Villanúa y, tras el preceptivo café, nos dirigimos a la cueva a la que entramos sobre las 11h. Hay que mencionar el estado de la puerta de entrada, completamente destruida tras la riada de hace algunos años y que hace pensar sobre la fuerza de la naturaleza y sobre cómo en ocasiones nos empeñamos en poner puertas al campo. La naturaleza nos pone a todos en su sitio. Irónicamente, la puerta es lo único que queda en pié de la obra que se hizo en su día para cerrar la cueva, lo cual demuestra también la tozudez con la que el ser humano se propone hacer sus trabajos.

Acordamos que yo dirija el grupo y me pongo a ello de inmediato. Esta tarea no es complicada dada la morfología rectilínea de la cueva que me recuerda en ocasiones a la cueva del muerto en la provincia de Zaragoza. Decidimos dejar para el final la galería Alsacia-Lorena y seguimos hacia la famosa “L”.

Tras pasar la zona de cadenas no sin cierta dificultad (no imagino cómo sería antes de la instalación de la tercera cadena), continuamos hasta llegar al famoso paso de los gandules. Según me contaron mis compañeros, había un paso nada evidente gracias al cual se puede visitar el resto de la cueva. Así que tras llegar al lugar donde se supone que está el paso (después de haber subido por una cuerda y luego bajado por otra con un fraccionamiento), me dedico a buscar el famoso paso. Por fin veo lo que parece una gatera y me meto en ella. La gatera es estrecha y con cierta dirección descendente, para luego ascender ligeramente entre bloques. No es una gatera, digamos, agradable. De hecho parece difícil que la cueva continúe por allí, pero como se ven restos de micro-voladuras, me digo a mi mismo que debe ser por allí y continúo intentando pasar por la gatera hasta que por fin la cruzo. Pues bien, no era por allí, así que me toca salir.

Cuando me dicen por dónde continúa la cueva alucino bastante. No podía estar más escondido el sitio, ni ser menos evidente.
Continuamos por la cueva tras pasar todo el mundo por el paso de los gandules y parar a comer un poco (son las 13h aproximadamente) y continuamos nuestra marcha.

Nos dirigimos, haciendo una travesía circular, hacia el final de la cueva por la galería del Chasco. Tras pasar por un largo banco de arena nos detenemos un momento para ver unos fósiles en el techo que Rafa, nuestro compañero y guía, nos señala (y menos mal, porque si no, no los hubiésemos visto). Es la primera vez que veo algo así en una cueva. Se trata de lo que parecen restos de erizos de mar y conchas.

Tras maravillarnos con las sorpresas que depara esta cueva, continuamos hacia la sala que da al pozo final y atravesamos el pasamanos.

Tras ello volvemos a la galería principal y nos dirigimos hacia el comienzo de la cueva parando, previamente, en la entrada a la galería de las coladas para meternos por el ramal que lleva a la galería de los microgours, la parte más fría y húmeda de la cueva. Llegamos al final de esta galería, que comienza con un destrepe constante, con la intención llegar hasta el “lamineitor”. Mientras que nuestros compañeros ya vuelven a la galería principal, Rafa y yo subimos por la cuerda que hay instalada, pero no vemos claro un paso con seguridad (la caída que hay para dirigirse a lo que parece la continuación de la cueva es considerable y el paso es algo expuesto). Así que decidimos no arriesgar tras pensarlo mucho y volvemos con nuestros compañeros a la galería principal (nos quedamos sin ver los microgours, creo).

Volvemos a la galería principal y atravesamos la galería de los gours para ver el pozo de 12 que conecta con la parte posterior de la galería de la L, entramos en la galería Alsacia-Lorena (con su entretenida gatera de entrada) y, hechas unas cuantas fotos, salimos de la cueva alrededor de las 19h. En total, hemos dedicado a ver esta cueva casi entera unas 8 horas.

Un gran día y un agradable reencuentro con la espeleología por la parte que me toca. También un no tan agradable reencuentro con “el día después” de la espeleo, que ya casi había olvidado.

Texto y Fotografías: Jorge