En varias ocasiones habíamos hecho intención de recorrer este bello barranco, y por fin este domingo quedamos a las 07:30 horas en la puerta del club Jesús, Mariano, Jorge, Marisa y Miguel-Ángel con muchas esperanzas de disfrutar de un buen día. Nos pusimos en carretera ya que a las 09:00 habíamos quedado con Beti en el aparcamiento que da acceso al camino que nos conducirá al cauce seco del barranco. Nos preparamos para la larga caminata que tras recorrer el lecho del barranco se desvía a la derecha en cruce señalizado y comienza a ganar altura dejándonos en la Puerta del Cierzo, estrechamiento característico justo al llegar a una gran pared extraplomada recorrida por gran cantidad de vías de escalada intuimos que de elevada dificultad. El sendero gira a la izquierda y el desnivel aumenta considerablemente, pero la amplitud del sendero y lo protegido que está del sol hacen llevadera la subida. Cuando ya el cuerpo pide un descanso llegamos a una planicie donde una placa nos recuerda el desafortunado accidente de un vecino mientras participaba en una romería a la hermita. Recuperados afrontamos el último trecho, tramo llamado “Paso de la Fajeta” provisto de barandilla y cable de vida. Llegamos satisfechos al collado y un sol resplandeciente nos permite contemplar las escarpadas y altas paredes del cañón, repletas de buitres leonados que nos deleitan con sus plácidos vuelos. Comenzamos el descenso al fondo del barranco con cuidado ya que en algunas zonas un resbalón puede ser peligroso. El año pasado había instalado un cable de vida pero vemos que ha sido retirado; nos place pues el colocar cables y más cables agrede el entorno allí donde no es estrictamente necesario. Tras dos horas desde que salimos llegamos al cauce del barranco y remontamos su curso hasta llegar al eremitorio de San Martín, donde los Reyes de Aragón acudían en peregrinación para pedir descendencia masculina. Tristemente vemos que una pared exterior se ha desplomado a pesar de haber sido restaurada en época reciente, difícil será que alguien se interese en reconstruir lo caído dado lo inaccesible de este lugar. Tras visitar el bucólico eremitorio comemos unos bocadillos y nos equipamos para el descenso, pero al salir vemos que el día ha cambiado y una densa niebla ha hecho descender la temperatura. Volvimos sobre nuestros pasos hasta donde se abandona el cauce del barranco para ascender al collado y seguimos el fondo del barranco un buen rato con algún que otro destrepe hasta llegar al primer rápel, el primero de los nueve que deberemos descender cuya longitud máxima son diez metros. Un generoso hilo de agua ameniza un poco este barranco, ya que presenta únicamente agua en las pozas de recepción y su profundidad no llega al metro. Los rápeles se suceden con ritmo sostenido y algunas peculiaridades como uno que presenta una acusada curva. Ya estábamos en los últimos desniveles cuando Beti y Mariano habían descendido, Jorge estaba instalando la cuerda en su descensor, Marisa, Jesús y Miguel-Ángel esperaban su turno y un gran estruendo sobre nuestras cabezas anunciaba un desprendimiento; un bloque de gran tamaño por el ruido y la polvareda que levantó impactó en una de las escasas terrazas fluviales que presenta este barranco y que detuvo su caída; una lluvia de guijarros cayó sobre Beti y Mariano sin mayores consecuencias que un buen susto. Recuperado el ritmo cardíaco normal proseguimos el descenso, dándonos un poquito de prisa por salir de la zona angosta y librarnos de ese peligro que se nos había hecho tan patente. Una vez que superamos el último resalte, un curioso paso entre el agua y un bloque empotrado, solo quedaba regresar a los coches para ponernos ropa seca y tomar el merecido almuerzo. Una anécdota más para contar cuando volvamos a coincidir en una aventura.

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Fotografías de:

Miguel Ángel López